Por: Carlos M. López De Victoria
Una vez miré el cielo y vi que estaba muy nublado sabía que estaba llegando el huracán “Fiona”. Los pelos se me erizaron al recordar el último fenómeno como éste, pero no tan solo por mí, yo estoy seguro.
Me preocupaba más el pueblo, las personas que no tienen una vivienda segura porque sabía que la iban a pasar feo. El sentimiento de querer ayudar a alguien, pero no puedes hacer nada porque te tienes que mantener seguro en tu hogar es horrible.
Acerca de mí, percibí esos vientos gélidos con el ruido espeluznante de un típico huracán. Las ventanas se abrían y cerraban de manera constante. Ante esta situación decidí acostarme a dormir porque la noche anterior me desvelé por la inquietud de la llegada del huracán y la agonía de los destrozos que iba a dejar su paso.
Al despertar, alrededor de las 3:40 pm, me percaté que el portón de acero se abrió de manera fantasmal; nadie había salido ni entrado. Fue la Fiona, lo cual me asombró mucho. Lo abrí completo y me fui a observar el arroyo que pasa detrás de casa. Su tamaño estaba multiplicado, algo sorprendente. Finalmente, la noche se acercó, el fenómeno se fue alejando y todo se calmó.