Por: Karen V. González Fernández
Se anunció una tormenta tropical para el 17-18 de septiembre. Era domingo a las 6 de la mañana; la hora que normalmente me levanto. Miré por las ventanas y solo veía calma, hasta dudé que pasara algo grave. Hice desayuno ya que contábamos aún con luz. Mi esposo salió a alimentar a los animales y trató de prender el carro ubicado en el patio, pero no prendió. Era de esperarse, puesto que llevaba varios días intentando mecanearlo, pero le faltaban unas piezas. Decidió dejarlo ahí, justo a 8 pies aproximadamente de la quebrada. A las 10:00 am se fue la luz. Le dije a mi esposo: “es un buen momento para organizar el cuarto de las herramientas”. Prendimos una bocina “bluetooth” y a trabajar.
Nos involucramos tanto limpiando que no escuchamos nada, hasta el momento en el que me dio con mirar por la ventana. Nos encontramos con la quebrada saliéndose de su cauce. Decidimos salir con vientos y lluvia para tratar de empujar el carro, pero fue caso perdido. Nos resignamos, pensamos que íbamos a perder el carro. Subimos a la casa, tomé una foto y la subí a mis redes; a los 10 minutos los vecinos llegaron con una guagua 4x4 a halar el carro. Luego de eso, estuvimos toda la tarde mirando el patio. Comíamos cada media hora. La ansiedad se estaba sintiendo. Lo único que pasaba por mi mente era el evento de María. Llegó la noche y prendimos la planta, cuando me acosté prendí el celular y vi tanto desastre que comencé a llorar por las personas que se vieron fuertemente afectadas porque comenzar de nuevo siempre es muy complicado.