Por: Génesis C Ramírez López
Así como a muchos, la mañana del domingo desperté casi olvidando que el huracán Fiona llegaría a la isla. Me levanté tranquila, casi como si se tratase de un día normal, pero no fue así, una hora más tarde, a eso de las 9:00 de la mañana, se fue la luz. Estaba mentalmente preparada para pasar un tiempo sin luz, luego del huracán María ya nada podía sorprenderme. Sin mucha demora, los vientos y la lluvia comenzaron a azotar en mi casa; al mirar por la ventana podía ver los árboles y las flores sacudirse e inevitablemente pensé en aquel devastador huracán del 2017; aun así, seguía sin prestarle la suficiente atención a la magnitud del huracán que aún estaba entrando. Rápidamente metimos a la casa a nuestros tres perros quienes, de cierta manera, parecían conocer más de lo que estaba sucediendo.
Más tarde, cuando mi padre encendió la planta para cargar nuestros equipos y ver algo de televisión, fue cuando empecé a preocuparme y a darme cuenta de que había subestimado este huracán. Mi familia y yo estábamos al pendiente de nuestros familiares, asegurándonos de que encontraran bien y tratando de suplirles lo que necesitaran. Traté de distraerme estudiando, hablando con amigos y manteniéndome al tanto de los acontecimientos en el país. Con la ayuda de Dios, mi hogar y mi familia no tuvimos grandes problemas, pero era cierto que, aunque en mi casa todo estuviera bien, lo que sucedía a nivel isla, nos afectaría a todos.