El baile es un arte intangible y fugaz, que se funde en los
cuerpos de quienes la realizan y expira al concluir el movimiento. Hoy, vengo a decirte lo
que se siente después de haber pasado largas horas bailando en un ensayo.
Por Axel G. López Rosario
Punta. Talón. Punta. Talón. Parece fácil, pero no lo es. Y así, durante horas y horas: punta, talón.
Siento dolor en las rodillas y los tobillos cada vez que el maestro me manda a hacer la pieza una
y otra vez. Y sí, es algo normal sentir dolor, igual que también lo es el calentón que siente el
cuerpo mientras bailo. Las gotas caen como si estuviera lloviznando. ¿Qué gotas? Las del sudor
que produzco cada vez que continúo dando el 100% en una pieza de baile.
A los ensayos entro al amanecer y vengo saliendo a medianoche. Así que se imagina lo agotado
que me siento al finalizar mi día de ensayo. Como si tuviera pesas en los hombros y ya no
pudiera más con ese peso extra. Siento que no puedo ni respirar. Mi cuerpo te habla; anhela y
pide que lo hidrate. Es como si estuviera gritando.
El agotamiento es horrible, pero a la vez rico. Lo di todo en ese ensayo. Entonces, miro mis
rodillas y veo ese color violeta que se asoma y hace que me vea hermoso. Hablo de los famosos
moretones. Y es que si observas, todos los bailarines tenemos los pies feos porque siempre
terminamos con moretones, cortadas, cayos, sin uñas... Para nosotros es algo normal. Pero para
un principiante puede ser un tremendo susto; piensa que se está muriendo. Me pasó cuando
comencé mi carrera.
Soportar largas jornadas de ensayos, perderme actividades familiares y balancear estudios,
trabajo y coreografías es parte de los sacrificios que como bailarín hago. Tengo altas y bajas,
ensayos buenos y malos. Y es que no solo es bailar y ya. Es hacer música con los pies. Para una
presentación que dura minutos, invierto horas, días y hasta meses. Hay muchos nervios, pero
cuando salgo al escenario y lo disfruto, se me va el tiempo volando. Y al final, esos aplausos son
el mayor pago, el máximo de los premios.