Luego de una mañana ajetreada por haberme levantado tardísimo, iba por la autopista haciendo cortes de empanadilla perdón, de pastelillo- e iba como alma que lleva el diablo para poder llegar puntual a la clase de una de mis profesoras favoritas. Sentía una curiosidad inmensa por la clase, porque me prometieron comida. ¿A quién no le gusta comer?
Por Manuel A. Félix Hernández
Llegué 20 minutos tarde para descubrir que mis esfuerzos de llegar temprano no valieron la pena; la profesora me recibió con un recipiente, de esos donde echamos el ketchup en los restaurantes de comida rápida. Dentro, algo que parecía sangre de zombie coagulada. Era salsa soya.
La miré con cara de disgusto. Pensé inmediatamente: ¿qué es esto? Me engañaron diciéndome que me iban a dar comida y me dan esto. Rápidamente llevé el envase a mi nariz para poder inhalar el olor que traía el líquido en ese vasito de cartón. Me pareció al olor de la comida de caballo que venden en los centros agrícolas. Tenía miedo a llevarme aquel líquido a la boca. Bueno, es normal, ¿a quién le gusta meterse cosas extrañas a la boca? Conté en mi mente como si fuera a darme un shot de tequila: “Pa’ arriba, pa’ abajo, pa’l centro y pa’ dentro”. Pensé: ¡esto es lo peor! Mi cara de desprecio fue la misma de cuando de niño me decían que me gustaban los varones. ¡Yo no sabía que el sabor era tan malo! Yo que se la echo al arroz chino como si fuera adobo al pollo. Es desagradable, desde el olor, el sabor, el color y hasta como deja rastro de su color como evidencia de que estuvo ahí. No es deliciosa, ¡para nada! Y quien me diga lo contrario está loco.
Estábamos en busca del umami, la sensación de poder disfrutar de los sabores como cuando te comes tu comida favorita y se te hace la boca agua. Esas son las sensaciones que debes sentir para poder experimentar ese tal umami. Mi búsqueda fue como perder una aguja en un pajar en donde por un intento muy fallido no encontré. Fue como hacer un tiro de tres y fallar… por mucho. Definitivamente lo pensaré un poco mejor antes de llevarme algo extraño a mi boca.